miércoles, 7 de septiembre de 2011

Un antiguo cuento jasídico cuenta que un rabino que visitaba la casa de un rico comerciante le hizo ver a través de una ventana que daba a la calle. Le preguntó que veía y el comerciante respondió que veía gente ocupándose de sus negocios. Luego le puso enfrente un espejo y le hizo la misma pregunta. "Me veo solamente a mí mismo".
Entonces, cálidamente el rabino le explicó:
"Tanto la ventana como el espejo están hechos de vidrio. A través de uno puedes ver a otras personas, y con el otro solamente puedes verte a tí mismo. La única diferencia entre ellos es una pequeña capa de plata que el espejo tiene por detrás. Es hora de sacar esa capa. Es hora de volver a ver a los demás."

Yo agregaría que sería bueno tener siempre presente que los demás son nuestro espejo. Lo que vemos de bueno en los otros es lo bueno que hay dentro nuestro, aquello que nos molesta y no toleramos del otro son esas partes de sombra que queremos que permanezcan ocultas pero que nos pertenecen. Por eso nos molesta el otro, porque nos muestra y refleja esas partes nuestras que no queremos ver. Bendigamos a ese otro que nos da la posibilidad de sanar en nosotros esas zonas ocultas. Seamos agradecidos con nuestros espejos que nos permiten sanarnos.